El trabajo social sanitario, los servicios y los recursos: quien presta el servicio ¿debe gestionar el recurso?

30 octubre, 2015

El Diccionari de Serveis Socials de la Generalitat de Catalunya (2010), dirigido por Rosa Colomer i Jordi Rustullet, define el concepto de «Servicio», contextualizado en los métodos de trabajo social, como: «Prestación que ofrece una organización, que tiene un valor para el cliente, es susceptible de satisfacer una necesidad y que no se presenta en forma de bien material». El quid de la definición está en la parte donde dice «que no se presenta en forma de bien material». Este detalle contribuye a deshacer la confusión, enraizada en otros profesionales con quienes se trabaja en equipo, que asocian cualquier intervención desde el trabajo social en general, desde el trabajo social sanitario en particular, al uso de recursos tangibles: residencias asistidas, centros de día, atención a domicilio, etcétera.

Ello es un reduccionismo puesto que desde el trabajo social sanitario la mayoría de los servicios que prestamos son intangibles. No se lea, inmedibles, donde pone intangibles. Los intangibles también son medibles.

Cuando hablamos de servicio, cuando definimos su proceso, ocurre que en el apartado de medios utilizados para prestarlo vemos cómo se combinan intervenciones psicosociales de diferente intensidad e intención, con el uso de recursos que materializan, en el día a día de las personas atendidas, los objetivos terapéuticos recogidos en el diagnóstico social sanitario y que también son parte del servicio. Por ejemplo, el «servicio de apoyo psicosocial para motivar a las personas dadas de alta, a mantener la higiene del hogar para evitar infecciones», además de las sesiones presenciales (o virtuales) con la persona, necesitaremos del recurso de «atención a domicilio» encarnado en la trabajadora familiar, para que in situ, en la casa, realice la consiguiente educación a la persona y su familia. Ello siempre bajo las indicaciones del trabajador social sanitario, él o ella, quien, a su vez, se apoyará en el diagnóstico social sanitario. Así pues, para prestar ese servicio completamente, necesitamos disponer tanto de los recursos intangibles, como de los tangibles. Si la «atención a domicilio» no puede actuar en el momento en que se necesita, nuestra intervención se queda en lo discursivo porque siempre faltará la trabajadora familiar que en paralelo materialice parte de la acción educativa.

He hablado de recursos. En el mismo diccionario el concepto «Recurso» se define como: «Instrumento que facilita, posibilita o promueve una mejora personal y colectiva, generado por la misma persona o promovido por un organismo o institución en forma de servicio o de prestación». También en esta definición el quid está en la última parte cuando dice «en forma de servicio o prestación». Los recursos utilizados para este fin, siempre incluyen un componente educativo, un componente de implicación de la persona en su recuperación. Siguiendo con el ejemplo anterior, el recurso «atención a domicilio» no puede confundirse con la realización de una tarea limitada a limpiar la casa. Las competencias de una trabajadora familiar van mucho más allá que las de la clásica asistenta del hogar. La trabajadora familiar debe lograr que la persona, su familia, vayan recuperando sus habilidades hasta el momento en que puedan mantener por sí mismas la higiene del hogar.

Cuando a mediados de los ochenta del siglo pasado se organizaron los criterios y circuitos de acceso a los recursos públicos de los servicios sociales, ¿se pensó en las personas enfermas hospitalizadas? Mi hipótesis es que no. Se pensó en las personas que estaban en su casa y necesitaban apoyos, pero no en las que los necesitaban después de un alta hospitalaria. Apoyo por otra parte, irrenunciable. Me centro en las personas hospitalizadas porque son las que suelen necesitar con más premura los apoyos formales de recursos. Además, por aquel entonces la atención primaria actual aún era un proyecto de transformación de los ambulatorios tradicionales en los actuales centros de salud.

Una mayoría de los trabajadores sociales de hospitales de aquel entonces, desde el minuto cero, nos encontramos con que, si las personas dadas de alta precisaban dentro de nuestro servicio, algún recurso tangible, como por ejemplo «atención a domicilio», sabíamos que un porcentaje muy alto se vería privado del acceso por el hecho de gestionar la solicitud desde el hospital. A modo de ilustración, en 1987 en el hospital de Sant Andreu de Manresa, el 28% de las personas atendidas dentro del programa de la planificación del alta, necesitaban atención a domicilio, pero solo la recibieron en el momento del alta, el 5%.

Los circuitos de acceso a los recursos públicos, la mayoría custodiados por los servicios sociales, deben resultar, ante todo, benéficos, útiles para las personas que los requieren.

¿Por qué los trabajadores sociales sanitarios deben perder tiempo que, en realidad es de la persona atendida y del sistema sanitario, solicitando a los servicios sociales, la aprobación de acceso a un recurso necesario en tiempo real? ¿Por qué los trabajadores sociales sanitarios no pueden gestionar directamente este recurso que, administrativamente, podría depender de un organismo transversal?

Todo sistema de acceso a los recursos, la gestión de los aspectos psicosociales de las personas en lista de espera, debe ser parte activa de la intervención y, por tanto, contribuir a mejorar su bienestar. El acceso jamás debe generar o incrementar el malestar de estas personas necesitadas de apoyos. Cuando los criterios burocráticos se convierten en laberintos, las personas enfermas, sus familias, quedan atrapadas en las grietas existentes entre los diferentes programas, agravándose el hecho si éstos pertenecen a deferentes sistemas que deben coordinarse. Por tanto, desde aquí se propone pensar en un organismo de gestión transversal.

Si hace años consensuamos que, por la naturaleza de su intervención, y por formación, el trabajador social sanitario es el gestor del caso por excelencia, señalo que enfermería gestiona curas, no casos, aunque la confusión hoy sea mayor que nunca. Así, ello implica que ese recurso material debe estar a su alcance directo. Merece la pena preguntarse si sería más efectivo que los trabajadores sociales de los servicios sociales dejaran de ser intermediarios de los trabajadores sociales sanitarios para disponer de los recursos de apoyo requeridos para prestar sus servicios.

Cuando el acceso resulta difícil, se produce la privación de los recursos, justo cuando son más necesarios para evitar la desconfiguración vital de las personas enfermas, ello es cuando se manifiestan los problemas. Conviene señalar de nuevo que los servicios prestados desde el trabajo social sanitario no deben confundirse con los recursos que necesitamos de los servicios sociales. Estos recursos son precisamente parte del servicio y necesarios para el tratamiento psicosocial que hemos establecido y nos avala el diagnóstico social sanitario.

Lejos de caer en la retórica, el fin último de los profesionales de los servicios sociales, también de los servicios sanitarios, es contribuir a devolver, con sus intervenciones, la máxima autonomía y bienestar a las personas y ello requiere disponer de los medios en tiempo real.

El acceso a los servicios, sociales y sanitarios, las listas de espera, son el gran talón de Aquiles. Los errores en el diseño de algunos sistemas de organización, los errores en algunos circuitos de acceso a los servicios sociales por parte de las personas enfermas y atendidas en el sistema sanitario, se arrastran en el tiempo. Las mismas marmitas de ese tiempo, los presentan como poco resolutivos y va creciendo la conciencia profesional de sus claros inconvenientes. Esa primera decisión tomada a mediados de los ochenta del siglo pasado, hoy claramente errónea, también hoy se sigue resistiendo al cambio.

Mientras el sistema sanitario va ganando en efectividad, eficacia y eficiencia, (no se tomen estos conceptos como tópicos), el sistema de servicios sociales sigue presentando grandes dificultades para responder efectiva, eficaz y eficientemente a este reto, siendo las personas, sus familias, las primeras perjudicadas.

Por ello, quien presta el servicio ¿debe gestionar el recurso?

Rajadell, 30 de octubre de 2015 – Dolors Colom Masfret

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Autor / Autora
Dolors Colom Masfret
Comentarios
Carles2 noviembre, 2015 a las 12:19

muy de acuerdo con el planteamiento. ahora que el nuevo paradigma, para algunos, és coordinación interdepartamental salud y social, quizas seria el moment de otorgar más poder de gestión de recursos públicos a los tarbajadores sociales sanitarios que en la mayoria de los casos nos vemos obligados a decir a las familias que paguen SAD, dado que no tenemos acceso a los criterios/baremos utilizados por la administración local o diputación a la hora de otorgar este tipo de Servicios.
Y para poner en marcha un SAD es necesaria la valoración de otro trabajador social, que supuestamente tiene mas capacidad para valorar la necesidad.

Eso sin contar con que en muchos municipios la relación entre TS de primaria social i TS Salud està deteriorada, es tensa y a veces nula.

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Mercè17 noviembre, 2015 a las 19:11

Completament d’acord en la necessitat de poder gestionar recursos de suport domicliiari des del TSS.
Doncs el TSS és qui diagnòstica la necesitat del recurs en relació a les repercusions de la malaltia i els treballadors socials dels serveis socials no disposen de la suficient especialització per entendre la importància del recurs.
Per tant, des de la meva experiència professional com a TSS en atenció hospitalària i actualment en atenció primària, crec que és un enderrariment molt greu que haguem de dependre dels serveis socials per la gestió dels recursos d’atenció domiciliària.

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